viernes, 9 de septiembre de 2011

El título de propiedad sobre Israel es la Biblia

En el Libro de los Libros la nación judía ha concentrado sus anhelos
El título de propiedad sobre
 Israel es la BibliaAutor: Rajel Hendler




El título es un enunciado muy serio que exige responsabilidad y documentación histórica para encararlo, pero lo que prima es convicción ideológica y sentimiento, en mi caso.
En el Seminario para Maestras Normalistas, yo enseñaba Historia Judía. Recordé una clase en el Seminario titulada “Israel Pueblo, Israel Estado”, cuando una alumna me preguntó: “¿Por qué se llamó Israel al Estado Judío en 1948?” Respondí: “Israel es el nombre que Dios mismo dio a su pueblo”.
Seguramente algunos objetarán: para el que cree en Dios. Que cada uno interprete el concepto de Dios a su manera. Pero que figura en la Biblia, escrita por personas, aceptamos todos. Israel es el nombre que Dios dio a su pueblo elegido, reiterando el pacto con Abraham sobre la Tierra Prometida.
En Génesis cap. 32 vers. 22 leemos: “Jacob durmió en Majanaim cuando se preparaba a encontrarse con su hermano Esaú. En sueños luchó con un ángel, lo vence y el ángel le dice: `No será más tu nombre Jacob; serás Israel porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido”'.
Jacob pidió al ángel que se identifique, que le diga su nombre. Como no se lo dijo llamó al lugar Paniel, porque ví la cara de Dios. En Génesis 35/9 al 15, dios reitera el nombre de Israel y la promesa.
“No será más tu nombre Jacob sino Israel. Yo soy el Dios omnipotente; crece y multiplícate; una nación, conjunto de naciones procederán de ti y reyes saldrán de tus lomos. La tierra que he dado a Abraham y a Isaac la daré a ti y a tu descendencia”.Tierra y Pueblo constituyen una unidad indisoluble en el tiempo y en el espacio. Es nuestra conclusión también hoy. “He aquí yo estoy contigo y te guardaré por dondequiera que fueses y volveré a traerte a tu tierra. Porque no te dejaré hasta que haya cumplido lo que te he dicho”. Esa es la promesa. Esa fue la respuesta que di a mi alumna en el año 1970.
Volviendo a Génesis, recordaremos el primer éxodo del pueblo hebreo cuando Dios dice a Abraham, Génesis cap.12 /3: “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre. Y ve al país que yo te mostraré. Haré de ti una gran nación y te ben-deciré. Engrandeceré tu nombre y serás una bendición”.
“Bendeciré a los que te bendigan. Y maldeciré a los que te maldigan. Y por ti bendecirán todos los pueblos de la tierra”.
Al llegar a Canaán, Abraham erigió un altar al Señor y el Señor le dijo: “Yo daré esta tierra a tu descendencia”.
El segundo éxodo es la salida de Egipto, que celebramos en Pesaj.El tercer éxodo empieza con la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, y llegaremos al Edicto de Ciro en el año 539 a.C.
Así dice el historiador al referirse a la decadencia del Reino de Judá, al Reino de Salomón: “La promiscuidad a que llegó con los ídolos de otros pueblos extranjeros, las alianzas políticas, comerciales y conyugales, condujo a una gran decadencia religiosa”. Todo ello unido al descontento por el despótico gobierno de Salomón trajo la anarquía, y a su muerte se dividió Judá. Al norte se formó el Reino de Israel que agrupó a diez de las doce tribus cuya capital Samaria, duró dos siglos. Destrozado por la disipación y la idolatría fue ocupado por los asirios hasta que desapareció.
Al sur quedó Judá con su capital Jerusalén, que duró hasta el año 586 a.C. El 9 de AvJerusalén es ocupada, el templo destruido y los judíos deportados a Babilonia. Y es justamente durante el cautiverio de Babilonia, donde surge y se desarrolla la concepción profética del judaísmo. Que signa y asegura su estructura filosófica y ética, la eternidad de Sión.
Los hebreos de Babilonia se acercaron a una civilización más adelantada que la propia.
Algunos se vieron atraídos por el brillo y esplendor externo, pero otros se aferraron más a su riqueza interior, a sus creencias religiosas, al Dios único, a la doctrina monoteísta de Moisés, que fue ahondada y arraigada en cada judío como lo reflejan los Salmos 136 y 137.
“Junto a los ríos de Babilonia allí nos sentábamos. Y lloramos recordando a Sión. De los sauces de las orillas, colgábamos nuestras cítaras. Allí nos tenían cautivos, nos pedían que cantásemos; cantad algunos cánticos de Sión ¿Cómo cantar en tierra extranjera los cánticos de Jehováh? Si yo me olvidará de ti Jerusalén, se seque mi diestra. Péguese mi lengua a mi paladar. Si no pusiera a Jerusalén por encima de cualquier alegría”. Este juramento acompañó a los judíos en todos sus exilios y fue el secreto de su supervivencia a través de los siglos (Meguilat Eijá).
Así como las Lamentaciones de Jeremías son la encarnación de su gran piedad y amor al pueblo y constituyen un ejemplo de poesía alegórica, de tristeza profunda, de dolor y llanto sobre las ruinas de Jerusalén. La cautividad es período de gran elevación religiosa; liberadas las preocupaciones políticas, la fe se afirma y más allá de las ruinas, se ve en perspectiva la restauración y el retorno.
Hay quienes afirman que el Sionismo nació en Babilonia.Los profetas del destierro, a pesar del medio adverso, infunden fe en la esperanza del regreso, fomentando y afianzando las tradiciones, las creencias, los hábitos, como resistencia al medio y a las tentaciones asimilatorias.Ezequiel, el profeta del Retorno, es la expresión más elevada de la nueva fuerza; está la visión del porvenir en el gran cuadro filosófico de la historia y está la concreta y detallada legislación de la nueva vida, de la comunidad reconstruida. Después del cautiverio de Babilonia, la acción de los profetas fue disminuyendo gradualmente, fueron reemplazados por los sabios y estudiosos de la Ley de Moisés y de los libros sagrados. Los ancianos eran los sacerdotes secundados por un consejo, una Asamblea a la que se llamó “La Gran Sinagoga”. La Torá, alrededor de la cual giraba la práctica de un judaísmo auténtico, era el árbol viviente cuyas raíces profundamente hundidas en la tierra, desplegaban sus ramas cada vez más frondosas. A la ley escrita se iba sumando sucesivamente la tradición oral, las leyendas, interpretaciones, aclaraciones y acotaciones que formaron una verdadera jurisprudencia, que constituiría una barreta espiritual que protegería el futuro del pueblo de Israel. Así es el Libro de los Libros en el que la nación judía ha concentrado sus experiencias, sus anhelos, sus sufrimientos, sus triunfos.
A lo largo de los siglos, hasta nuestros días, exilios ensombrecieron la vida judía. Grandes tributos de sangre y lágrimas, han sido pagados y aún hoy, en 2011, vivimos días rojos dolorosos. Desde luego que el estudio de los hechos históricos son testimonio de nuestro derecho de propiedad sobre Israel. Desde el Génesis hasta hoy y siempre. Apretemos filas, unámonos y sintámonos seguros en nuestras creencias, en la razón de nuestra lucha, apoyándonos en la síntesis de Belleza, Bondad, Justicia y Gracia Suprema que es el Libro de los Libros, la Biblia.
Al hacer los apuntes para este artículo, y al internarme en los textos bíblicos, comentarios y crónicas, me pregunté porque siento siempre la necesidad de volver y repasar nuestro pasado y la fuerza de cohesión que ello significa.
Y como a menudo me pasa, me vino a la memoria algo que tenía mi esposo Eugenio Hendler (zijronó lebraja) anotado en su agenda: “Vamos por la vida buscando en los dolores el dolor, en los amores el amor, en los éxitos el éxito, en las vidas la vida, en suma, buscando en todo a Dios. Enriquecidos con nuestras alegrías, empobrecidos con nuestros fracasos, vamos desde la pluralidad de todos nuestros minutos, al único que ha de contenerlo todo: la eternidad. “Netzaj Israel lo Ishaker”.”