Aarón Alboukrek, México
El antiisraelí y el antisemita podrán decir, maldecir y rabiar por doquier; podrán repetirse hasta el cansancio y hasta darse virtuales golpes de pecho para multiplicar en el ciberespacio su enfado o su odio contra Israel y el pueblo judío, pero el sionismo ha sido un pensamiento triunfador: el Estado de Israel es hoy un país excepcional, tan pequeño como una isla y tan grande, diverso y rico como la mar. Se le ataca con la estupidez surgida de la ira trotamundos y con la animosidad silenciosa de la mentira hilarante, los pequeños defectos son así males mayores, los errores profundas perversidades, y las iniquidades paradigma de monstruosidades.
De patrañas está guisada esa sopa de letras antiisraelíes y antijudías que se cocina para colmar un plato de descontento disforme y transfronterizo. Y no por solidaridad con el débil. Bien se sabe que basta una chispa para incendiar un bosque y que la rabia sólo necesita de una chispa para expresar su arrebato. La chispa puede salir de cualquier yesca y el incentivo no necesita estar en relación directa a la propia historia personal o nacional, sólo es suficiente la asociación del dolor hartado de dolor. La justificación del arrebato es ese dolor subyacente, las palabras lo encubren y a la vez lo delatan, sólo se necesita escuchar con atención.
Que los enemigos sean iluminados
¿Por qué se tendría que justificar entonces la admiración por Israel? ¿Por qué la necesidad de enumerar una y otra vez las inmensas aportaciones de Israel al mundo, de ese Estado sionista que nació para vivir en libertad y soberanía tras siglos de malsanas y genocidas arbitrariedades contra el pueblo judío?
¿Por qué se tendrían que enumerar siempre las
De patrañas está guisada esa sopa de letras antiisraelíes y antijudías que se cocina para colmar un plato de descontento disforme y transfronterizo. Y no por solidaridad con el débil. Bien se sabe que basta una chispa para incendiar un bosque y que la rabia sólo necesita de una chispa para expresar su arrebato. La chispa puede salir de cualquier yesca y el incentivo no necesita estar en relación directa a la propia historia personal o nacional, sólo es suficiente la asociación del dolor hartado de dolor. La justificación del arrebato es ese dolor subyacente, las palabras lo encubren y a la vez lo delatan, sólo se necesita escuchar con atención.
Que los enemigos sean iluminados
¿Por qué se tendría que justificar entonces la admiración por Israel? ¿Por qué la necesidad de enumerar una y otra vez las inmensas aportaciones de Israel al mundo, de ese Estado sionista que nació para vivir en libertad y soberanía tras siglos de malsanas y genocidas arbitrariedades contra el pueblo judío?
¿Por qué se tendrían que enumerar siempre las
virtudes y los grandes logros del sionismo frente a la calumnia rotante? ¿Qué se debe decir por ejemplo frente al veneno esparcido de que Israel actúa como un poder nazi, o que el sionismo es terrorismo? Tal vez una sola frase: El amor y el cuidado que las madres de Israel prodigan a sus hijos es la simiente del amor declarado y consumado de esa patria por toda la humanidad. Así, tan escueto y tan simple. En esto no hay engaño.
¡Oh Israel! En este Año Nuevo que quede todo tu pueblo inscripto en el Libro de la Vida, y que encuentres la Paz. Hay otro pueblo, parte a tu lado, parte en tu seno, que clama por ser nación, no sé de cierto quién es ese pueblo, no encuentro con claridad su verdad, pues algunos con lengua orgullosa piden unirse a Naciones Unidas, y otros con lengua viperina enuncian que desaparezcas sin más. Hay también quienes hablan doble y piden ser y matar. Los que nacen no conocen la muerte, la muerte siempre viene después; si se dice que para nacer como nación es necesario que otra nación muera es tanto como si una madre le dijese a su hijo nonato: “hijo mío, la muerte, el horror y el asesinato te esperan, pero vamos, láctate mientras puedas, que es regalado y está sabroso”.
Que aquellos de ese pueblo que buscan tu desaparición y otros que se declaran tus enemigos sean iluminados y vean tus virtudes y el inmenso amor de tus madres; que tus enemigos se hagan amigos por la eternidad, pues en todos hay semilla de cooperación y humanidad. Bueno en casi todos. No olvidar que un ladrón podrá amar a su hijo siempre, a todo pesar. Amén.
¡Oh Israel! En este Año Nuevo que quede todo tu pueblo inscripto en el Libro de la Vida, y que encuentres la Paz. Hay otro pueblo, parte a tu lado, parte en tu seno, que clama por ser nación, no sé de cierto quién es ese pueblo, no encuentro con claridad su verdad, pues algunos con lengua orgullosa piden unirse a Naciones Unidas, y otros con lengua viperina enuncian que desaparezcas sin más. Hay también quienes hablan doble y piden ser y matar. Los que nacen no conocen la muerte, la muerte siempre viene después; si se dice que para nacer como nación es necesario que otra nación muera es tanto como si una madre le dijese a su hijo nonato: “hijo mío, la muerte, el horror y el asesinato te esperan, pero vamos, láctate mientras puedas, que es regalado y está sabroso”.
Que aquellos de ese pueblo que buscan tu desaparición y otros que se declaran tus enemigos sean iluminados y vean tus virtudes y el inmenso amor de tus madres; que tus enemigos se hagan amigos por la eternidad, pues en todos hay semilla de cooperación y humanidad. Bueno en casi todos. No olvidar que un ladrón podrá amar a su hijo siempre, a todo pesar. Amén.